28.9.05

25._ Biblia

Según la tradición que hemos recibido, ese hombre en quien se encarnó Dios fue Jesús de Nazaret, hace veinte siglos, y su pueblo era el pueblo judío, el Israel histórico. En la Biblia --los libros que interpretan en clave religiosa los acontecimientos de la vida de Jesús y de la historia de Israel--, tiene pues que estar contenido el mensaje de salvación y el testimonio de su realización.
La Biblia atribuye a Dios, a la acción directa de Dios, cada una de las peripecias y logros del pueblo israelita: su fundación, sus leyes, sus estructuras políticas y sociales, etc. Las épocas triunfales se interpretan como dones de Dios, y las derrotas como castigos. Cualquier costumbre, norma jurídica o social, riquezas materiales y espirituales, etc, se atribuyen u orientan a Dios.

¿Es esto compatible con nuestros puntos de vista? ¿Es éste el Dios de la Redención, de la Encarnación, el Dios amoroso, bondadoso, benevolente hacia sus pequeñas criaturas, que quiere hacerse como ellas para dialogar con ellas y salvarlas? ¿O es sólo un dios protector-dominador de tribus y naciones, una proyección de las necesidades humanas de seguridad, poder y dominio, a quien se hacen ofrendas para aplacar su ira y conseguir sus favores, a quien se encomienda el éxito de las cosechas y de las batallas?

Evidentemente, no es fácil la respuesta, porque parece haber una gran confusión. Según nuestra tradición, el Dios de Jesús tiene todas las características del verdadero Dios benevolente; no así, aparentemente, el Dios del Antiguo Testamento. Sin embargo, para Jesús y sus discípulos se trata del mismo Dios, que antes estaba sólo parcialmente revelado, y luego, en Jesús, se ha manifestado tal cual es verdaderamente. En esta nueva clave --la de Jesús--, y bajo esta nueva luz, debemos interpretar las narraciones y prescripciones del Antiguo Testamento.
Pero también los hechos y mensajes contenidos en el Nuevo Testamento están referidos al Antiguo, sólo se comprenden correctamente a su luz. Se trata de interpretaciones mutuamente relacionadas, e interpretaciones de interpretaciones, formando una especie de red, de la que brota un significado elaborado, un mensaje libre al fin de ruidos y deformaciones. Los Antiguo y Nuevo Testamentos, y los hechos históricos relacionados con ellos, conforman un "contexto de interpretación", un "ámbito hermenéutico". En este ámbito no sólo nos hemos situado nosotros, para obtener nuestros conocimientos, sino todas las figuras proféticas de la historia de Israel, y hasta el mismo Jesús y sus discípulos.

Podemos considerarnos privilegiados por haber recibido el mensaje depurado, el verdadero retrato de Dios y el enunciado exacto de su plan, como herencia preciosa de esa larguísima elaboración a través de los siglos, y gracias sobre todo a su plasmación en la persona de Jesús.
No obstante, no debemos conformarnos sólo con eso; para contemplarlo en toda su profundidad, en todo su relieve, a plena luz, debemos indagar en esa tradición, reinterpretar continuamente los textos de la Biblia, para ir descubriendo, como en una especie de puzzle, los rasgos --más o menos logrados-- de ese rostro divino que ya sabemos reconocer.

Claro que, tenemos que admitirlo y denunciarlo, el mensaje sigue estando amenazado de deformaciones y ruidos. Desde que se expresó en Jesús hasta ahora ha sufrido continuas malinterpretaciones y manipulaciones. Incluso los Evangelios, la fuente más fiable por su cercanía a Jesús, se debieron a testimonios de segunda o tercera mano, y fueron, naturalmente, influidos por las mentalidades y los acontecimientos de la época --posterior en medio siglo a la de Jesús--, en que fueron escritos. El mensaje de Dios queda siempre inmerso en el "ruido" de los hombres. Por eso ese "ámbito", ese "contexto interpretativo", resulta inapreciable para seguir depurándolo, mediante la exégesis y la hermenéutica de los textos y las tradiciones implicados.

26._ Mitos

Por supuesto, nosotros, como buenos repudiadores del Dios "milagrero" de cierto deísmo, no podemos aceptar intervenciones directas de Dios en la historia ni en los fenómenos naturales. Menos podemos atribuir la autoría de los libros de la Biblia al "dictado" de Dios, como sugiere la visión ingenua que sostiene incluso una inspiración literal minuciosa --palabra por palabra-- de los textos "sagrados".

No; sabemos, sin duda, que los libros de la Biblia son una colección de piezas literarias, de diverso género, de factura humana. Incluyen relatos míticos y fabulosos, poemas épicos y epopeyas, crónicas, piezas jurídicas, discursos, reflexiones y meditaciones, leyendas, alegorías, parábolas, narraciones maravillosas, visiones fantásticas, canciones, poemas líricos, etc. Reflejan la vida entera de un pueblo a través de los siglos, en la versión de muchos cronistas de diversas tendencias y escuelas, quienes recogían las innumerables tradiciones orales comunicadas de generación en generación, por los viejos a los jóvenes, las madres a los hijos, los maestros a los discípulos, los sacerdotes a las comunidades; quizá al calor de las fogatas de los campamentos, en las tiendas, en los poblados, en los palacios, a la orilla de los ríos, en tiempos de paz como de guerra, en años de victoria y prosperidad como de cautiverio y sufrimientos.

No se trata, por cierto, de la obra de historiadores ni de científicos; ni siquiera de teólogos, aunque en ella aparece siempre, continuamente y por todas partes, un protagonista: Dios.

Es normal, en crónicas y relatos de la antigüedad, referir los acontecimientos a la intervención de los dioses. Éstos representan a las fuerzas de la naturaleza, a los antepasados, a los astros, a la fortuna, al destino, y a la personificación de las emociones y pasiones humanas; son los dioses protectores y dominadores del pueblo, que le imponen sus leyes, le otorgan sus favores, respaldan a sus autoridades, le ayudan en sus guerras y empresas, consiguen sus victorias, exigen su acatamiento, dones y sacrificios.
Todos los pueblos de la humanidad han tenido dioses míticos, pues responden a necesidades de la mentalidad humana, frente a los miedos e incertidumbres que siente al enfrentarse a la naturaleza y a las vicisitudes de la vida y de la muerte. Los dioses míticos son proyecciones antropomórficas imaginarias; no son aspectos del Dios trascendente ni de su inmanencia en la naturaleza, aunque pudieran constituir en cierto modo un estadio de búsqueda hacia Él por parte de la humanidad; pero cuando se observa a estas proyecciones míticas desde una mentalidad más madura, habiendo progresado en el conocimiento de la verdadera inmanencia: la naturaleza y la humanidad "por sí mismas", con sus capacidades creativas propias; o de la verdadera trascendencia: el emergente final, la novedad última del proceso cósmico; entonces, todos esos dioses se reconocen como meros entes imaginarios, rechazables y perjudiciales en cuanto obstaculizan o distraen del verdadero conocimiento de la naturaleza, de la humanidad, y de Dios.

27._ Único

¿Es pues un dios mítico el Dios de los israelitas? Indudablemente, a juzgar por los relatos de la Biblia, tiene a menudo todas sus características; como podía esperarse, puesto que Israel es un pueblo de la historia humana, como todos los demás. Pero, ¿hay algo más en ese Dios? Nosotros creemos que sí, basándonos en los mismos textos bíblicos.
Creemos que la revelación y el mensaje del Dios trascendente están contenidos en el Antiguo Testamento, como una armonía oculta en medio del "ruido humano"; que sólo es percibida por quien escucha con atención y sabe "filtrar" esos ruidos perturbadores. Sin embargo, cuando ello se advierte, queda claro que el mensaje y los rasgos del Dios verdadero no son secundarios ni marginales, sino aspectos centrales y destacados de los escritos bíblicos.

El Dios de Israel no es un dios entre otros dioses; no convive, ni lucha, ni pacta, ni domina o es dominado, ni emparenta, ni se relaciona, con otros dioses de Israel ni de otros pueblos. Es un Dios enfáticamente único, celoso, que abomina de esos "ídolos". Tampoco admite figuraciones ni representaciones de Sí, cualquiera sea su índole; ni tolera que su nombre santo sea pronunciado con ligereza. Ningún hombre puede ser capaz de "ver" su rostro, ni de mantenerse en su presencia.
Creemos que estas características son revelaciones de la trascendencia; ningún dios mítico es así de "único"; ningún dios mítico es tan irrepresentable para el conocimiento humano; pero la Novedad Última, ¿no es el "todo" y la "unidad" misma?, ¿no es la emergencia de lo que no puede concebirse desde los niveles anteriores?, ¿no es el fin completo y absoluto de las tendencias éticas y estéticas humanas, que como tal no admite alternativas, alteraciones, o estancamientos parciales e intermedios?

28._ Éxodo

Existe una narración de la Biblia en donde el Dios de Israel se revela con especial intensidad: nos referimos al libro del Éxodo, al relato de cómo las tribus de Israel fueron liberadas de la esclavitud de Egipto y conducidas a la Tierra Prometida. Dios se manifiesta a Moisés en el monte Sinaí (u Horeb), en medio de una zarza, o arbusto, que arde sin consumirse; le encomienda la misión de liberar al pueblo israelita de la esclavitud en Egipto, y se da a conocer como el Dios de los antepasados, que ahora revela su nombre: "ehyeh'asër'ehyeh", que dicho en tercera persona es: "Yahvé".
Este acontecimiento, narrado como comienzo del mito fundacional de la nación de Israel, nos muestra a Moisés como un "profeta", un inspirado por Dios, un receptor/emisor del mensaje que viene de Dios trascendente, desde el futuro de la Novedad Última.
Los detalles físicos del relato: el monte, la zarza, la voz de Dios, no son importantes en sí mismos, ni el acontecimiento como un hecho material y real en la historia, sino en cuanto forman parte del mensaje y de su correcta interpretación. Pensamos que la cima del monte es una imagen de la cúspide del proceso de evolución cósmico, que la zarza ardiendo es una imagen de la emergencia de la trascendencia, y el nombre, que según la traducción sostenida por algunos filólogos y expertos sería: "yo seré el que seré" (mejor que el "yo soy el que soy" tradicional) --en tercera persona: "el que será"--, expresa el futuro definitivo de la Novedad Última.

Queda la misión de liberación: ella es una imagen del plan de salvación de Dios, de liberar a toda la humanidad --representada por Israel-- de su condición ínfima y efímera --representada por la esclavitud-- en el universo temporal --representado por Egipto-- para llevarla a la vida eterna --representada por la Tierra Prometida.

Así pues, "Yahvé, en la cima del monte Sinaí, se propone liberar a Israel de su esclavitud en Egipto para llevarlo a la Tierra Prometida", debe interpretarse como: "El-que-será, desde su trascendencia en la cúspide del proceso cósmico, se propone salvar a la humanidad de su condición temporal y mortal, para darle la vida eterna con Él".

Después vienen los episodios sabidos: las plagas, la prodigiosa huída, la marcha por el desierto, la alianza en el Sinaí, la construcción del santuario, y posteriormente la conquista de la tierra de Canaán. No creemos que haya en ellos intervenciones milagrosas de Dios, sino, en cuanto tengan una base histórica, que son episodios "normales" narrados en clave mítica; representan leyendas y tradiciones ancestrales, fundacionales, de la nación de Israel, transmitidas primero oralmente y transcritas después en épocas muy posteriores a los hechos narrados, con las consiguientes fabulaciones legendarias, pero conservando un mensaje central esencial.

Por ejemplo, probablemente, según hemos oído, las "plagas" y la división de las aguas sean versiones legendarias de las catastróficas repercusiones, en Egipto, de una excepcional crecida del Nilo combinada con la gigantesca erupción volcánica que tuvo lugar en la isla de Tera (hoy Santorini) al norte de Creta (ocasionando además la decadencia de la civilización minoica); la anormal crecida del Nilo habría causado el enrojecimiento de las aguas, proliferación de ranas, mosquitos, moscas y langostas, y peste (¿ántrax?); después, la erupción habría provocado lluvias de ceniza, oscurecimientos, pánico, y un gran maremoto que llegó hasta las costas de Egipto causando primero una retirada y luego una brusca crecida de las aguas en el "mar de las cañas", por donde habrían pasado las tribus hebreas.

Pero la acción de Dios, en nuestra opinión, no está en ningún hecho físico, sino en las mentes de quienes interpretaron estos hechos en clave religiosa, y no exactamente en sus propias interpretaciones, sino en las "interpretaciones de interpretaciones" posteriores, que desvelaron finalmente el verdadero plan de salvación, obra de Yahvé, - "El que será" -, para toda la humanidad pasada, presente y futura.

La conquista de la Tierra Prometida por parte de Israel se convierte así, como hemos dicho, en una imagen, un anuncio, un anticipo, de la futura resurrección de toda la humanidad a la vida eterna. La alianza de Yahvé con Israel - la Antigua Alianza, el Antiguo Testamento - representa la promesa solemne de Dios, su mensaje de salvación para todos los hombres.

29._ Promesa

A lo largo de toda su historia, Israel (y Judá) fue siempre esencialmente "el pueblo de la Promesa". La promesa de Yahvé, su Alianza, condicionó todos los aspectos de la organización religiosa, política y social israelita, e influyó en todos sus acontecimientos históricos.

Claro que la interpretación israelita de la Promesa no era la nuestra; ¿cómo habrían podido ellos comprender nuestros conceptos de "trascendencia", "proceso cósmico", "vida eterna", o siquiera de "humanidad" y "persona individual"? Imposible. Ellos sólo podían comprenderlo en términos de "naciones", "poder", "victoria", "reino": la Promesa consistía para ellos en que el poder de Yahvé daría a la nación israelita la victoria total y definitiva sobre todas las demás naciones de la tierra, y que instauraría su reino eterno de paz y de justicia.

A veces, casi les parecía que iba a cumplirse esta promesa, por ejemplo durante el reinado de Salomón, pero siempre faltaba mucho para colmar sus esperanzas. Más a menudo eran terribles derrotas y cautiverios los que ponían a prueba sus ilusiones; pero nunca decayeron del todo; hasta en las situaciones más desesperadas hubo siempre un grupo de israelitas, un "resto" fiel, que mantuvo incólume su confianza en Yahvé. Para ellos, las desgracias tenían su origen en la infidelidad, en los pecados, en la injusticia del pueblo y sus autoridades; el reino de Yahvé se retrasaba porque no era merecido por Israel, porque éste no cumplía su parte de la Alianza. Para que llegara se necesitaba un cambio moral, una conversión del pueblo a la justicia exigida por Yahvé. Estaba claro que el advenimiento del Reino requería que Israel cumpliera la ley de Yahvé.

Las leyes de Israel, los mandamientos, disposiciones y normas que ordenaban todos los ámbitos de la vida en Israel, fueron interpretados como "dictados" de Yahvé, cuyo cumplimiento formaba parte de la Alianza.

Así, su historia (objetivamente una historia "normal", como la de otros pueblos) fue para ellos la historia de la Promesa; un aproximarse o un alejarse del momento de su cumplimiento, según fuese mayor o menor su fidelidad a Yahvé; pero Yahvé, a pesar de irritarse y castigarlos duramente por sus injusticias - de acuerdo a su interpretación -, era siempre misericordioso y fiel a su promesa; el Reino estaba siempre en el horizonte; el Reino vendría con seguridad en un futuro más o menos próximo. Este era el sentido de su historia.

30._ Bucle

(Más de alguien podría preguntarnos: "¿y cómo es que Dios no se reveló en una época más avanzada, en la que hubieran entendido su mensaje en sus correctos términos de 'proceso cósmico', 'humanidad', 'salvación personal', etc?" Pero, ¿habríamos llegado nosotros, o cualquiera, a tener estos conceptos si no fuera porque hubo esa revelación en el pasado? Nosotros hemos podido comprender así el mensaje, y también llegar a nuestra concepción actual de la humanidad, de la naturaleza, del universo, del proceso cósmico, sólo porque ha habido una larga elaboración previa, en ese "ámbito hermenéutico", que nace de esa antigua, y en su momento mal comprendida, revelación de Dios.

En un sentido mucho más profundo e inquietante podemos plantearnos: ¿habría la posibilidad de una emergencia final exitosa del proceso cósmico si no hubiese habido Revelación, Encarnación, Redención? Esto parece una paradoja imposible para una mentalidad que concibe al tiempo - y por lo tanto a la causalidad - como un marco lineal, unidireccional, absoluto, pero no debería serlo para una mentalidad contemporánea, que concibe su relatividad y su curvatura. No olvidemos que al hablar de la Redención estamos hablando de un "bucle" en el tiempo. El espíritu de Dios, actuante en la Redención, refuerza así su acción creadora inmanente en la naturaleza, en la humanidad. Dios "se realiza a Sí mismo" también mediante la Redención.

No sólo hay(-hubo-habrá) Redención porque hay Creación, sino también hay Creación porque hay Redención. - En el principio existía el Verbo...- .)

31._ Antepasados

Yahvé, el Dios de la Promesa en el Sinaí, fue identificado con el Dios ancestral de los antepasados míticos de Israel: Noé, Abraham, Isaac, Jacob, José; y también la Promesa había sido anunciada a ellos.

A Noé, en un pacto de paz, figurado por la paloma que vuelve con el ramo de olivo, y el arcoiris que señala el fin de la tormenta; indicadores de la protección de Yahvé para una humanidad renovada. (Nosotros vemos en el arca de Noé, que preserva a su familia de morir en el diluvio, una prefiguración de la Alianza -también con su arca-, que preserva al "resto" fiel de Israel para el futuro de la Promesa, y -en un sentido más profundo- una figuración tanto del Espíritu que conduce al proceso de emergencia cósmico en medio del caos hasta su final, como del "Cuerpo Místico" de Cristo que incorpora a las personas, salvándolas de su condición mortal, para darles la vida eterna.)

A Abraham, en la bendición que le otorga una descendencia numerosa e imperecedera, y la futura posesión de una Tierra Santa. Yahvé llama a Abraham y lo lleva a un nuevo país, como Israel será llevado desde Egipto a Canaán, como la humanidad será salvada y llevada a la vida eterna.

(Interpretamos a Isaac --el "hijo de la risa"-- como figura de las improbables, impredecibles, sorprendentes, regocijantes soluciones creativas del Espíritu –tales como la vida y el ser humano mismo— que vienen a colmar las esperanzas cuando todo parecía perdido e imposible; sin embargo, una vez aparecidas, su sacrificio, en cuanto aspiren a ser individualmente permanentes, parece exigido por el Dios del proceso, pero este Dios las rescatará finalmente mediante su propia intervención personal. En el "sacrificio de Isaac" vemos conmovidos una imagen del Dios que se compadece de sus criaturas, destinadas a ser --como Isaac-- "víctimas del proceso en aras de Dios", y se solidariza con ellas, deteniendo su sacrificio para proveer Él mismo una víctima adecuada: Él será ahora el padre que sacrificará a Sí-mismo-hijo.)

Luego a Jacob, el "fuerte con Dios": Israel, quien recibe la Promesa directamente de Yahvé, desde la cima de una escala de ensueño que se apoya en tierra y llega hasta el cielo, por la que transitan los ángeles de Dios. (Nosotros vemos en ella una imagen de la "escala ascendente --o cadena-- del ser" del proceso creativo cósmico, por la que "transita" el Espíritu en su inmanencia y emergencia desde y hacia la Trascendencia Última, para la Creación y ahora, especialmente, para la Redención.)

A José, el hijo amado soñador e intérprete de sueños, la Promesa se anuncia en hechos: Dios lo salva del odio de sus hermanos, y le da el poder para conducir a su pueblo a la prosperidad. (Imposible dejar de ver en él un anuncio alegórico del Hijo amado de Dios, que será resucitado de la muerte infligida por sus hermanos los hombres, y recibirá el poder de conducirlos a la vida eterna.)

De manera que Israel concibe también su historia pasada, tribal, ancestral, como historia de la Promesa, que prefigura la Alianza del Sinaí.

32._ Universo y mal

Por otra parte, su concepción de Yahvé como Dios absolutamente "único" lleva a Israel a considerar a todos los pueblos, y a todas las cosas, como dependientes de Él, aunque no sean capaces de reconocerlo. Yahvé no es sólo el Dios de los israelitas; es también el Dios de todos los pueblos de la Tierra, es también el Dios del Universo. No hay otros dioses, ni otras causas últimas, ni otros poderes supremos. Por lo tanto, atribuye a Yahvé los relatos míticos de la creación de todas las cosas.

(En los relatos bíblicos de la Creación, nosotros vemos una alegoría, una maravillosa imagen poética --que por supuesto no pudo ser intencionada... ¿o sí?-- del proceso creativo cósmico; con esa conmovedora alusión al espíritu de Dios "incubando" sobre el caos primigenio, y la sucesión de los "siete días", que nos sugiere la evolución emergente de los grados del ser; en especial ese tan antropomórfico "descanso" de Dios al séptimo día, nos parece que insinúa su emergencia para la trascendencia.)

Pero si todo es obra de Yahvé, ¿cómo es que existen el mal y el sufrimiento? Dios lo "había" creado todo bueno, porque Él es bueno.
La explicación es la misma que se da para el retardo en el cumplimiento de la Promesa: se trata del pecado, de la injusticia, de la infidelidad de los hombres, merecedora de dicho castigo. Así se concibe la "caída" de la Creación, desde su estado de bondad original, al estado imperfecto lleno de maldad, sufrimiento y muerte, que conocemos. Ha sido culpa de los primeros hombres, quienes pecaron desobedeciendo a Dios, y transmitieron su pecado a toda su descendencia. Esto se narra en el relato legendario de Adán y Eva, del "pecado original".
(Nosotros vemos aquí una alegoría de la toma de conciencia humana de su condición individual temporal: el individuo, no contento con colaborar simplemente en el devenir cósmico hacia Dios, y así "obedecerle", quisiera ser él mismo "como Dios", disfrutar en y para sí de la "ciencia del bien y del mal", pero experimenta esa resistencia, esa inercia, esa tendencia regresiva que se opone al Espíritu, que existe inevitablemente en las cosas temporales, y en particular en la voluntad humana, y que hace sentirse imperfecta a la persona; un sentimiento trágico de culpabilidad y futilidad, de "proyecto inacabado". Por supuesto, como hemos dicho anteriormente, el mal existe inevitablemente porque la Creación nunca estuvo acabada, sino que está inmersa en el proceso creativo; estamos y estaremos en el "sexto día" hasta la emergencia final y la desaparición -sólo entonces- del mal; en el "séptimo día", cuando trascenderá Dios, y, gracias a su benevolencia, por fin "seremos nosotros mismos".)

Pues también aquí se descubre la prefiguración de la Promesa: Yahvé enviará un salvador que destruirá el mal para siempre.

33._ Humildad

Nada más lejos de Dios que el concepto de un salvador dominador, prepotente, avasallador, que "te salva quieras o no quieras", por la fuerza, como tantos "salvadores providenciales", en realidad dictadores y tiranos, de la historia.
Al contrario, como se puso de manifiesto en Jesús, Dios es "manso y humilde de corazón", pacífico y bondadoso, como un padre -o una madre- comprensivo, amoroso e indulgente, que respeta la libertad de sus criaturas humanas, que quiere salvarlas pidiendo su consentimiento, convenciéndolas, seduciéndolas, poniéndose a su nivel, dialogando con ellas, solidarizándose sinceramente con ellas.

El poder y la majestad de Dios están más allá de nuestra capacidad de comprensión o imaginación; podemos quizá atisbarlo en la sobrecogedora inmensidad del Universo, o en la maravillosa complejidad de la Vida. Todo poder y majestad humanos son irrisorios ante Él. Sin embargo, su benevolencia es tan grande que estuvo dispuesto a humillarse haciéndose uno de nosotros para pedirnos "de tú a tú" que lo aceptemos.

34._ Presencia

Para eso se propuso "encarnarse" en una persona humana individual, que lo representara plena y auténticamente ante todos los demás seres humanos, y preparó esto mediante su alianza con el pueblo de Israel.
Por eso en la Promesa a Israel se incluye el anuncio de la presencia de Dios en medio de los hombres; primeramente entre las tribus, "acampando" con ellas, poniendo su tienda en medio de su campamento; acompañándolas, en forma de columna de nube o de fuego, durante su huída de Egipto, y en forma de montaña tronante y humeante durante la "teofanía" del Sinaí.

Después, haciendo construir su santuario, su morada, su templo, donde reside simbólicamente mediante el Arca de la Alianza, custodiada por figuras de querubines, en el "Santo de los Santos". Su trascendencia y majestad quedan siempre preservadas, a pesar de su cercanía a los hombres, por la inviolabilidad de su santuario, la inaccesibilidad a su recinto sagrado, y ese gran velo que separa su sitial de la presencia humana.

En un Israel que se había convertido en una nación civilizada, Dios habita simbólicamente en su templo, en la Ciudad Santa: Jerusalén, sobre el monte Sión.

35._ Ungido

Además de estar presente en un lugar, Dios estaba también representado simbólicamente por algunas personas escogidas: profetas, líderes religiosos o políticos, reyes, sacerdotes. Esa consagración especial se expresaba muchas veces ritualmente, por la aplicación solemne de una "unción" en la frente del elegido; por eso a tal persona se le llamaba "ungido", que en hebreo se dice "mesías" y en griego "cristo".

Pero ninguno de esos ungidos representó plena y auténticamente a Dios, sino sólo simbólicamente, ya que Dios quedaba siempre infinitamente por encima de la condición humana de esas personas.

Tampoco pudo ninguno de esos ungidos realizar el cumplimiento cabal de la Promesa: construir el reino eterno de paz y de justicia. Al revés, Israel acabó presa de la dominación extranjera, sumido en la opresión.

No obstante, se afianzó la esperanza de que vendría un ungido "definitivo", que traería el Reino de Dios para siempre, que sería el liberador, el buen pastor, el príncipe de la paz, el siervo fiel de Yahvé, el instrumento del poder salvífico de Yahvé, que establecería a Israel a la cabeza de las naciones, y la consagraría como su "nación santa". Este hombre sería el verdadero ungido; ya no sólo simbólicamente; entre todos, el único representante auténtico de Dios: "el" Mesías por antonomasia. El "Emmanuel": Dios con nosotros.

Así, pues, se reveló a Israel el más hondo propósito de Dios: su encarnación.
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Profecías

Entonces Yahvé dijo:
"He visto ciertamente la miseria de mi pueblo en Egipto.
Los he oído pidiendo ayuda a gritos por culpa de sus capataces.
Sí, soy bien consciente de sus sufrimientos.
Y he bajado para rescatarlos".
(Éxodo 3:7-8)

Yo la seduciré; la llevaré al desierto y le hablaré al corazón.
Y ella me responderá allí como en los días de su juventud, como el día en que salió de Egipto.
Te desposaré conmigo para siempre, te desposaré en justicia y en derecho, en amor y en ternura;
te desposaré en fidelidad, y tú conocerás a Yahvé.
(Oseas 2, 16-17b.21-22)

Porque yo, Yahvé tu Dios,
te tengo asida por la diestra.
Soy yo quien te digo: "No temas,
yo te ayudo."

No temas, gusanito de Jacob,
oruga de Israel:
yo te ayudo - oráculo de Yahvé -
y tu redentor es el Santo de Israel.

Los humildes y los pobres buscan agua,
pero no la hay.
La lengua se les secó de sed.
Yo, Yahvé, les responderé.
Yo, Dios de Israel, no los desampararé.

Abriré sobre los calveros arroyos
y en medio de las barrancas manantiales.
Convertiré el desierto en lagunas
y la tierra árida en fuente de aguas.

Pondré en el desierto cedros,
acacias, arrayanes y olivares.
Pondré en la estepa el enebro,
el olmo y el ciprés juntos,

de modo que todos vean y sepan,
adviertan y consideren
que la mano de Yahvé lo ha hecho,
el Santo de Israel lo ha creado.
(Isaías 41; 13-14 y 17-20)

Esto dice Yahvé: "¿Recordáis lo pasado?, ¿pensáis en lo antiguo?; yo voy a realizar algo nuevo.
Ya está brotando. ¿No lo notáis?
Voy a abrir caminos en el desierto y haré que corran los ríos en la tierra árida.
Entonces el pueblo que me he formado proclamará mis alabanzas."
(Isaías 43, 18-19)
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