28.9.05

31._ Antepasados

Yahvé, el Dios de la Promesa en el Sinaí, fue identificado con el Dios ancestral de los antepasados míticos de Israel: Noé, Abraham, Isaac, Jacob, José; y también la Promesa había sido anunciada a ellos.

A Noé, en un pacto de paz, figurado por la paloma que vuelve con el ramo de olivo, y el arcoiris que señala el fin de la tormenta; indicadores de la protección de Yahvé para una humanidad renovada. (Nosotros vemos en el arca de Noé, que preserva a su familia de morir en el diluvio, una prefiguración de la Alianza -también con su arca-, que preserva al "resto" fiel de Israel para el futuro de la Promesa, y -en un sentido más profundo- una figuración tanto del Espíritu que conduce al proceso de emergencia cósmico en medio del caos hasta su final, como del "Cuerpo Místico" de Cristo que incorpora a las personas, salvándolas de su condición mortal, para darles la vida eterna.)

A Abraham, en la bendición que le otorga una descendencia numerosa e imperecedera, y la futura posesión de una Tierra Santa. Yahvé llama a Abraham y lo lleva a un nuevo país, como Israel será llevado desde Egipto a Canaán, como la humanidad será salvada y llevada a la vida eterna.

(Interpretamos a Isaac --el "hijo de la risa"-- como figura de las improbables, impredecibles, sorprendentes, regocijantes soluciones creativas del Espíritu –tales como la vida y el ser humano mismo— que vienen a colmar las esperanzas cuando todo parecía perdido e imposible; sin embargo, una vez aparecidas, su sacrificio, en cuanto aspiren a ser individualmente permanentes, parece exigido por el Dios del proceso, pero este Dios las rescatará finalmente mediante su propia intervención personal. En el "sacrificio de Isaac" vemos conmovidos una imagen del Dios que se compadece de sus criaturas, destinadas a ser --como Isaac-- "víctimas del proceso en aras de Dios", y se solidariza con ellas, deteniendo su sacrificio para proveer Él mismo una víctima adecuada: Él será ahora el padre que sacrificará a Sí-mismo-hijo.)

Luego a Jacob, el "fuerte con Dios": Israel, quien recibe la Promesa directamente de Yahvé, desde la cima de una escala de ensueño que se apoya en tierra y llega hasta el cielo, por la que transitan los ángeles de Dios. (Nosotros vemos en ella una imagen de la "escala ascendente --o cadena-- del ser" del proceso creativo cósmico, por la que "transita" el Espíritu en su inmanencia y emergencia desde y hacia la Trascendencia Última, para la Creación y ahora, especialmente, para la Redención.)

A José, el hijo amado soñador e intérprete de sueños, la Promesa se anuncia en hechos: Dios lo salva del odio de sus hermanos, y le da el poder para conducir a su pueblo a la prosperidad. (Imposible dejar de ver en él un anuncio alegórico del Hijo amado de Dios, que será resucitado de la muerte infligida por sus hermanos los hombres, y recibirá el poder de conducirlos a la vida eterna.)

De manera que Israel concibe también su historia pasada, tribal, ancestral, como historia de la Promesa, que prefigura la Alianza del Sinaí.